La señora Golondrina se enfermó, su típico color se tornó a uno naranjo. Le decían Colondrina, como colorina, pero golondrina colorina, también le decían Zanahondrina, por zanahoria y golondrina, en fin, las golodrinas vecinas no eran muy originales para sus nombres, pero si muy sensibles. Entonces Colondrina a pesar de ser zanahondrina no dejó de ser golondrina, y era muy sensible, por lo que se entristecía mucho cuando sus vecinas golondrinas la molestaban.
La señora Golondrina decidió irse, lejos, aunque no sabía su destino ni paradero. Tenía alas, sabía volar, y escapó sin tener que escaparse, escapó sin estar prisionera, escapó porque quiso escapar. Meses estuvo Colondrina zanahondrina volando, llorando después de su exilio sin ser exiliada. Se fue al otoño donde se escondía en la copa de los árboles, llegó a isla negra donde vivía un caballero de boina y ñata imposible de esconder. Hablaba raro y pausado, casi en melodía, casi en forma de lamento, pero le faltaban las lágrimas, pero estoy segura de que no el sentimiento.
Resulta que este caballero tenía un pájaro, un amigo (así le decía él) una Lechuza, o mejor dicho, un Lechuzo, que originalmente así mismo se llamaba.
Lechuzo era una lechuza azul, de pecho blanco y ojos negros, raro en su especie, raro en su mente. La señora Golondrina lo conoció, pues, en los crepúsculos otoñales, cuando el caballero de la boina fumaba su pipa mirando el mar, ya que le gustaba escuchar a Lechuzo haciéndo preguntas, respondiéndose solo y mirando la luna, todo esto, antes de irse a dormir. En las mañanas lo extrañaba, a media noche a veces se despertaba, Lechuzo cantaba, susurraba cuentos, susurraba encantos, leyendas de cripta y Golondrina con terror se despertaba.
Un crepúsculo otoñal, que no era ni día ni noche, Colondrina se posó en la copa de un árbol vestido de amarillo, era extraño, el viento costero había cesado, aun así la brisa no los había abandonado. Colondrina miraba las hojas y escuchaba su último aliento, se puso a llorar, se imaginaba cayendo junto con ellas al suelo, muertas y listas para ser pisadas y chillar de dolor antes de morir completamente. Lechuzo tras ese llanto se despertó, y no entendía que pasaba. Don Boina de pipa y ñata justo caminaba cerca, y escuchó también el llanto. Lechuzo y Don Ñata de pipa y boina se miraron y vieron a Colondrina zanahondrina que lloraba desde arriba del árbol. ¿Qué pasa pajarita? - preguntó Lechuzo- ¿por qué lloras tan temprano si la luna ya está por salir?. No es la falta de luna la que me hace llorar- dijo Zanahondrina- son las hojas amarillas, mis plumas naranjas y cada vez más descoloridas las que me hacen lamentar. ¿Y por qué te lamentas por las hojas amarillas si tu eres una pajarilla, no una hoja?- preguntó Lechuzo- puedes volar, no vas a caer como ellas. A lo que Golondrina respondió: ¿Se caen, o se suicidan?, ¿tendrán mucha pena que abandonan su hogar junto a todas las demás?, ¿La pena las lleva a abandonar su vida?. Se suicidan, sí, se suicidan-dijo Lechuzo- porque estando allá arriba aun siguen con vida. ¿pero por qué?, volvió a preguntar Zanahondrina. Don Pipa de Boina y ñata que escuchaba toda esa conversación, se sorprendió por la pregunta que hizo la señora Golondrina y le respondió: "Porque se sienten amarillas".
Golondrina sorprendida por la respuesta que el caballero de la pipa le dio, se calló y miró atentamente las hojas, luego miró sus alas cada vez más descoloridas, y sintió miedo por lo que pensaba, entonces le preguntó: ¿Porqué se suicidan las hojas cuando se sienten amarillas?
El señor de la pipa miró a las aves envueltas por un manto amarillo que lentamente se deshojaba y enterneciéndose por la pregunta de la triste Golondrina le responde: Se suicidan al ver que existen hojas amarillas que pueden volar, hojas que fueron naranjas, hojas que tuvieron otro color. Intentan, creo yo, con su último suspiro, saber lo que es saltar de la copa y ser llevadas por el viento que tanto las sedujo en verano cuando estaban aferradas a su rama. Intentan ser Colondrinas, colondrinas en otoño.
La señora Golondrina decidió irse, lejos, aunque no sabía su destino ni paradero. Tenía alas, sabía volar, y escapó sin tener que escaparse, escapó sin estar prisionera, escapó porque quiso escapar. Meses estuvo Colondrina zanahondrina volando, llorando después de su exilio sin ser exiliada. Se fue al otoño donde se escondía en la copa de los árboles, llegó a isla negra donde vivía un caballero de boina y ñata imposible de esconder. Hablaba raro y pausado, casi en melodía, casi en forma de lamento, pero le faltaban las lágrimas, pero estoy segura de que no el sentimiento.
Resulta que este caballero tenía un pájaro, un amigo (así le decía él) una Lechuza, o mejor dicho, un Lechuzo, que originalmente así mismo se llamaba.
Lechuzo era una lechuza azul, de pecho blanco y ojos negros, raro en su especie, raro en su mente. La señora Golondrina lo conoció, pues, en los crepúsculos otoñales, cuando el caballero de la boina fumaba su pipa mirando el mar, ya que le gustaba escuchar a Lechuzo haciéndo preguntas, respondiéndose solo y mirando la luna, todo esto, antes de irse a dormir. En las mañanas lo extrañaba, a media noche a veces se despertaba, Lechuzo cantaba, susurraba cuentos, susurraba encantos, leyendas de cripta y Golondrina con terror se despertaba.
Un crepúsculo otoñal, que no era ni día ni noche, Colondrina se posó en la copa de un árbol vestido de amarillo, era extraño, el viento costero había cesado, aun así la brisa no los había abandonado. Colondrina miraba las hojas y escuchaba su último aliento, se puso a llorar, se imaginaba cayendo junto con ellas al suelo, muertas y listas para ser pisadas y chillar de dolor antes de morir completamente. Lechuzo tras ese llanto se despertó, y no entendía que pasaba. Don Boina de pipa y ñata justo caminaba cerca, y escuchó también el llanto. Lechuzo y Don Ñata de pipa y boina se miraron y vieron a Colondrina zanahondrina que lloraba desde arriba del árbol. ¿Qué pasa pajarita? - preguntó Lechuzo- ¿por qué lloras tan temprano si la luna ya está por salir?. No es la falta de luna la que me hace llorar- dijo Zanahondrina- son las hojas amarillas, mis plumas naranjas y cada vez más descoloridas las que me hacen lamentar. ¿Y por qué te lamentas por las hojas amarillas si tu eres una pajarilla, no una hoja?- preguntó Lechuzo- puedes volar, no vas a caer como ellas. A lo que Golondrina respondió: ¿Se caen, o se suicidan?, ¿tendrán mucha pena que abandonan su hogar junto a todas las demás?, ¿La pena las lleva a abandonar su vida?. Se suicidan, sí, se suicidan-dijo Lechuzo- porque estando allá arriba aun siguen con vida. ¿pero por qué?, volvió a preguntar Zanahondrina. Don Pipa de Boina y ñata que escuchaba toda esa conversación, se sorprendió por la pregunta que hizo la señora Golondrina y le respondió: "Porque se sienten amarillas".
Golondrina sorprendida por la respuesta que el caballero de la pipa le dio, se calló y miró atentamente las hojas, luego miró sus alas cada vez más descoloridas, y sintió miedo por lo que pensaba, entonces le preguntó: ¿Porqué se suicidan las hojas cuando se sienten amarillas?
El señor de la pipa miró a las aves envueltas por un manto amarillo que lentamente se deshojaba y enterneciéndose por la pregunta de la triste Golondrina le responde: Se suicidan al ver que existen hojas amarillas que pueden volar, hojas que fueron naranjas, hojas que tuvieron otro color. Intentan, creo yo, con su último suspiro, saber lo que es saltar de la copa y ser llevadas por el viento que tanto las sedujo en verano cuando estaban aferradas a su rama. Intentan ser Colondrinas, colondrinas en otoño.
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